23/9/12

La última alegría - Knut Hamsun




La última alegría (1912)
La trilogía del vagabundo (1906-1912)
Knut Hamsun (Noruega 1859 - 1952)

  Ahora he venido a vivir a los bosques. No es que esté disgustado ni que la maldad humana me haya ofendido; pero como los bosques no vienen a mí, yo tengo que ir a ellos. Así es.
  Esta vez no he salido de criado o vagabundo. Tengo mucho dinero y estoy muy bien alimentado, y no me hacen falta éxitos ni fortuna, ¿entiendes? He abandonado el mundo como un sultán abandona ricos manjares, harén y flores, para revestirse con el cilicio.
  Podría decir aún más cosas. Porque voy a caminar por aquí y voy a pensar y a consumir en el fuego grandes hierros. Nietzsche seguramente habría dicho: «La última palabra que
dirigí a los hombres logró su aprobación, los hombres asintieron con la cabeza. Fue mi última palabra, me marché a los bosques. Porque entonces comprendí que había algo deshonesto o algo estúpido...».
  No dije nada, pero me marché a los bosques

[...]

  “¿Pero es vida eso?”
  Te has expresado mal. Ésta es una vida que tú no puedes comprender. Tú tienes tu casa en la ciudad, sí, y la tienes adornada con figuras, y cuadros y libros; pero además tienes mujer, y criadas, y mil gastos. Cuando velas y cuando duermes estás preocupado con estas cosas, y nunca estás tranquilo. Quédate con tus bienes espirituales, el arte, los libros y los periódicos. Quédate también con el café y con el whisky, que por cierto siempre me hace daño. Yo ando a través de los bosques, y me va bien. Si me haces preguntas espirituales, y quieres confundirme, te contestaré que Dios es el origen y los hombres son puntitos y fibras del Universo. Tú tampoco sabes nada. Pero, si te obstinas y me preguntas qué es la eternidad, te contestaré, puesto que también he llegado a la misma conclusión que tú, que la eternidad no es más que tiempo aún no creado.
  Amiguito, ven aquí que voy a sacar un espejo del bolsillo para relflejarte el sol en la cara e iluminarte.

  Te quedas en la cama hasta las diez o las once, y todavía estás cansado y mustio cuando te levantas. Parece que te estoy viendo, cuando sales a la calle, parpadeando, porque la mañana ha amanecido demasiado pronto para tus ojos. Yo me levanto a las cinco y estoy del todo descansado. Afuera aún está oscuro; sin embargo, hay muchas cosas que observar: luna, estrellas, nubes y señales del tiempo que va a hacer muchas horas más tarde. ¿Cómo silba el viento? ¿Y cómo se quiebra el hielo del lago Glimma, con ruido seco y ligero, o profundo y largo? Percibo señales maravillosas, y cuando se hace de día añado los signos visibles a los audibles, y cada vez sé más cosas.

19/9/12

Beloved - Toni Morrison



Beloved (1987)
Toni Morrison (USA, 1931)



Muy pocos habían muerto en la cama, como Baby Suggs, y ninguno que él hubiera conocido —ni siquiera Baby— había vivido una vida vivible. Incluida la gente de color muy educada: los que habían ido mucho tiempo a la escuela, los doctores, los maestros, los que escribían en los periódicos y los hombres de negocios también habían sufrido un riguroso calvario. Además de tener que usar la cabeza para salir adelante, cargaban con el peso de toda la raza. Se necesitan dos cabezas para eso. Los blancos creían que al margen de su educación y sus modales, debajo de toda piel oscura había una selva. Veloces aguas innavegables, babuinos oscilantes y chillones, serpientes dormidas, encías rojas a la espera de su dulce sangre blanca. Y en cierto sentido, pensaba Stamp Paid, tenían razón. Cuanto más se esforzaba la gente de color por convencerlos de lo buenos que eran, de lo inteligentes y cariñosos, de lo humanos que eran, cuanto más se esforzaban los negros en persuadir a los blancos de algo que a sus ojos estaba fuera de toda duda, más profunda e intrincada crecía la selva en su interior. Pero no era la selva que los negros habían llevado consigo a este lugar desde el otro (vivible). Era la selva que los blancos plantaban en ellos. Y crecía. Se extendía. En, a través y después de la vida, se extendía hasta invadir a los blancos que la habían plantado. Les tocaba uno a uno. Los cambiaba y alteraba. Los volvía sanguinarios, tontos, peores aún de lo que querían ser, tan asustados estaban de la selva que habían plantado. El babuino chillón vivía bajo su propia piel blanca, las encías rojas eran sus encías.



17/9/12

Pan - Knut Hamsun



Pan (1894)
Knut Hamsun (Noruega 1859 - 1952)

  Noche de verano, mar apacible, silencio infinito sobre el bosque y el mar; seres y cosas parecen dormir o meditar más bien; ninguna voz, ningún grito, ningún paso turba la quietud; solo mi corazón golpea con jubiloso ritmo, cual si hubiese bebido un vino generoso.
  Algunos insectos penetran por la ventana, atraídos por la luz y el aroma del asado, y su bordoneo torpe va tan pronto a las vigas del techo como a mi: calabaza de pólvora, llenándome los oídos y comunicándome su temblor. Son menudos, ágiles, bulliciosos; parecen pensamientos escapados de una cabeza loca.
  Después de comer salgo a la puerta a escuchar el silencio. Miriadas de luciérnagas ponen en el aire una claridad lentísima; las hierbas y las flores tienen movimientos lentísimos; se siente vivir a las cosas mudas; un arbusto florece, y en la noche es algo maravilloso el nacimiento de aquella flor modesta, hacia la cual va mi ternura, casi segura de ser correspondida... ¡Gracias, Dios mío, por todas las flores que me has permitido ver en el mundo! ¡No por las flores lozanas y presuntuosas de los jardines, sino por las flores humildes, que son el ornato del bosque: por esta florecilla violeta, por esta campanilla azul tan tenue, por estos clavelillos salvajes que dan generosamente su perfume, por estas flores anchas, blancas y castas, que ahora se abren en el silencio con un temblor de cálices, que me hace pensar que, en pago de mi amor, me has permitido verlas respirar... Insectos golosos van de unas a otras, haciéndolas agitarse, a modo de pétalos embriagados y vivos... De pronto siento pasos rápidos, un aliento cálido que me envuelve, un alegre "buenas noches", y heme aquí de rodillas, besando, lleno de gratitud, los piececitos que me han traído la querida imagen y el borde del vestido que la envuelve...
  -Buenas noches, Eduarda... ¡Eduarda mía!
  Así murmuro una y otra vez, y ella, convencida por la elocuencia de ese homenaje, que no logra expresarse en palabras, me dice:
  -¡Cuánto me quieres!
  -Te quiero más que a todo, más que a todos, y mi cariño se transforma continuamente en gratitud... Me sirves como piedra de toque para apreciar las bellezas del mundo... A veces, sólo con pensar en ti, con pensar que mi boca te ha besado, me ruborizo de orgullo.
  -Pero esta noche me parece que me quieres todavía más.
  Tiene razón; siempre la quiero más. ¡Oh, el poder magnético de su mirar bajo las arqueadas pestañas, el atractivo de su piel tan dulce a los labios!
  -Amo en ti todas las cosas, Eduarda; eres para mí un espejo donde las cosas feas se oscurecen y las otras se perfeccionan. Cuando estoy solo, doy gracias a los árboles, a las flores, al viento, por tu belleza y por tu salud. Cualquier accidente nefasto y fácil habría hecho que fueras diferente... Una noche, en un baile, vi a una muchacha desconocida permanecer sentada, en silencio, mientras todas se abandonaban al torbellino alegre del vals. Su cara melancólica me impresionó, y me acerqué a invitarla; pero ella movió la cabeza denegando. "¿Es posible que no le guste bailar?", le dije. "Ya ve usted -repuso-, mi madre era una mujer admirable de belleza, mi padre era también un hombre sano; se amaron apasionadamente, y... "¡yo soy coja de nacimiento!"
  -Sentémonos- me dice Eduarda.
  Nos sentamos sobre el césped, y de súbito exclama:
  -¿Sabes lo que me ha dicho una de mis amigas de ti? Que tienes pupilas de fiera y que con sólo mirarla la haces ruborizar... Que tu mirada le parece un contacto.