Beloved (1987)
Toni Morrison (USA, 1931)
Muy pocos habían muerto en la cama, como Baby Suggs, y ninguno que él hubiera conocido —ni siquiera Baby— había vivido una vida vivible. Incluida la gente de color muy educada: los que habían ido mucho tiempo a la escuela, los doctores, los maestros, los que escribían en los periódicos y los hombres de negocios también habían sufrido un riguroso calvario. Además de tener que usar la cabeza para salir adelante, cargaban con el peso de toda la raza. Se necesitan dos cabezas para eso. Los blancos creían que al margen de su educación y sus modales, debajo de toda piel oscura había una selva. Veloces aguas innavegables, babuinos oscilantes y chillones, serpientes dormidas, encías rojas a la espera de su dulce sangre blanca. Y en cierto sentido, pensaba Stamp Paid, tenían razón. Cuanto más se esforzaba la gente de color por convencerlos de lo buenos que eran, de lo inteligentes y cariñosos, de lo humanos que eran, cuanto más se esforzaban los negros en persuadir a los blancos de algo que a sus ojos estaba fuera de toda duda, más profunda e intrincada crecía la selva en su interior. Pero no era la selva que los negros habían llevado consigo a este lugar desde el otro (vivible). Era la selva que los blancos plantaban en ellos. Y crecía. Se extendía. En, a través y después de la vida, se extendía hasta invadir a los blancos que la habían plantado. Les tocaba uno a uno. Los cambiaba y alteraba. Los volvía sanguinarios, tontos, peores aún de lo que querían ser, tan asustados estaban de la selva que habían plantado. El babuino chillón vivía bajo su propia piel blanca, las encías rojas eran sus encías.
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